*Texto que forma parte del libro de ensayos aún inédito Fórmula y enlaces de la alegría en James Joyce desde las luces de Jacques Lacan y Sigmund Freud de Miguel Lahsen, escrito durante 2024 y esperando ser publicado en 2026.
**En el presente artículo, el léxico griego se translitera debidamente en paréntesis inmediatos sólo una vez por cada párrafo.
A su manera moderna y su estilo poético, en Ulysses, de 1922, James Joyce rehace no sólo la antigua epopeya Odisea de Homero, del siglo VIII a. C.: también cierto fármaco griego llamado μῶλυ (móly), hierba para evitar caer sumido bajo el efecto nocivo de otra. El autor ahí incluye en forma de mujer su versión del μῶλυ que, en la rapsodia X de dicho poema, el dios Hermes le dispensa a Ulises con el fin de que se libre de la magia de la diosa Circe, cuyas pócimas volvían a los hombres bestias, que ella anexaba a su séquito. Esa compenetración reviste interés psicoanalítico, a propósito de la propuesta de Éric Laurent en su estudio de la píldora, en Ciudades analíticas, de 2004, y siempre en razón de las teorías que Sigmund Freud y Jacques Lacan nos legaron del inconsciente. Joyce incorpora el μῶλυ medicinal en clave libidinal, haciendo del φάρμακον (fármakon) un nombre y un cuerpo de goce puro, una amalgama verbal-carnal perfecta que, al vibrar, en quien la desea, a la vez, puede causar dolor y agonía: se trata de “Molly”, apodo de Marion, la infiel esposa del frágil y triste “Poldy”, apodo de Leopold, el personaje principal, ambos Bloom.

Hacia el 1922 de Ulysses, James Joyce, aunque cegado en su escritura literaria, prestaba seria atención a Nora Bernacle, su amada –en los años 30 contraerán en matrimonio–, y Lucia Joyce, su hija –en los años 30 diagnosticada de esquizofrenia–. Sus lalangue, sus saberes oscuros emergidos en el excedente del lenguaje personal que toca lo real, lo interprelaban creativamente. Si en su tercera y última novela, la colosal Finnegans Wake, de 1939, el autor inspirará su personaje Anna Livia Plurabelle en Lucia, en Ulysses ya había liado en Molly Bloom un evidente fantaseo de Nora. Enfatizo fantaseo por motivos muy básicos: en Der Dichter und das Phantasieren de Sigmund Freud, de 1908, el escrito poético, comparable al fantaseo infantil, se diferencia del displacer neurótico por cuanto los poetas separan como algo sagrado sus fantasías afectivas de la realidad efectiva. En Joyce se ordena el cosmos de una fantasmática constelación que, debido a su efecto de psicológica elaboración, podríamos condensar en la siguiente sentencia de Vicente Huidorbo en su “Joan Miró”, de 1933: “El universo es el esfuerzo de un fantasma para convertirse en realidad” (Huidobro 2022).
Pero James Joyce, el artista, no sólo poetiza. Al amparo de la noción de sublimación desde Die “kulturelle” Sexualmoral und die moderne Nervositá de Sigmund Freud, de 1908, hasta Sémanaire VII de Jacques Lacan, de 1959 a 1960, el autor de Ulysses, al recrear en Marion “Molly” Bloom a su Nora Bernacle como en Leopold “Poldy” Bloom a sí mismo, sublima su pulsión, desplaza su finalidad orgánica exaltando a la mujer de su sueño al estatuto y la dignidad del das Ding, de la Cosa, eso en el principio perdido pero siempre demandado, según Lacan: ese “Otro absoluto del sujeto” que “es lo que se trata de volver a encontrar” y a veces llega “como nostalgia” (Lacan 1988: 67). Para Leopold, Marion será su Nora: una coordenada de referencia del sujeto alzado entre su deseo de un amor y su goce de lo real, y a la cual, en su heroísmo apaleado, en vano pretende regresar. Esa insoportable imposibilidad contemplaría destinaciones que, en ambos casos, varían el camino: en su cotidiana nostalgia, durante la jornada del 16 de junio de 1904 que sigue el libro, Leopold irá evocando y pensando en su erótica cónyuge y su potencia en relación a su propio impotente transitar humano, en condición enfermiza, chupando en ella un φάρμακον (fármakon); Joyce, en cambio, escribiendo, bordeará jovial la herida original y hará con eso algo, lo que Lacan denominó un sinthome.
James Joyce ensayó la poesía como remedo, como re imitari: un volver a imitar, a formar imagen de algo real. O bien la poética del remedio: del re mederi, un volver a pensar algo real. En su vida, el remedo de su escritura y la escritura de su cuerpo le remedian una carencia. Pero, en su obra, en Ulysses, el efecto de su remedo, Leopold Bloom, al no poder hacerse cargo de la mujer, del Goce Otro y de potencia infinita de esa Molly Bloom que, ella erotizada y desbordada en amantes y él impotente y negligente en medidas, lo tiene incapacitado de darle satisfacción, acabará por cogerla y tragarla como φάρμακον (fármakon). Una pastilla y antídoto que, durante la jornada del 16 de junio de 1904 de dicha épica moderna, anudará sus enredos imaginario, simbólico y real.
No planteada en categoría de φάρμακον (fármakon) en ningún pasaje de las casi mil páginas que dura Ulysses, de 1922, Molly Bloom sí se lee como tal no obstante en una rica carta de James Joyce de dos años antes, el 29 de septiembre de 1920, a su amigo Frank Budgen, copia de Richard Ellmann en James Joyce, de 1959: “Moly is the gift of Hermes, god of public ways and is the invisible influence (prayer, chance, agility, presence of mind, power of recuperation) which saves in case of accident” (Ellmann 1982: 497). El μῶλυ (móly) griego, bien lo sabe el autor en su carta, “es un don de los dioses”, y la Molly sexual, profana, de Leopold es una misma diosa: un mismo Αβραξάς (Abraxas) que contiene el bien y el mal, un mismo φάρμακον que puede sanar o matar. Joyce se sirve de su sinthome como una cura analítica: se pone en su obra a sí en Leopold Bloom como víctima de un φάρμακον, de Molly, el disfraz de Nora Bernacle en Ulysses. Pero el φάρμακον será bueno y malo a la vez, como la escritura es en el Fedro, nos recuerda Éric Laureant en “¿Cómo tragarse la píldora?”, en Ciudades analíticas, de 2004:
Para Freud como par [sic] Platón leído por Derrida, el remedio se descubre muy pronto como un mal. En el Fedra, el dios Thamous se dirige a Thoth, el inventor de la escritura. Este remedio, “dispensando al hombre de ejercer su memoria, producirá olvido, buscarán afuera en los caracteres extranjeros y no dentro y gracias a sí mismos el medio de volver a recordar (…) no es para la memoria, es más bien para el procedimiento de volver a recordar que has encontrado un remedio”.
Farmakón designa en el mismo término el remedio y el mal. Freud captó desde el inicio esta dimensión cuandono apreció en su justo valor la dimensión del acostumbramiento a la cocaína. ¿No es esta su primera percepción del más allá del principio del placer? El sujeto busca la homestoasis y el bien estar del organismo y encuentra el terrible hábito, el aumento de las dosis, la dependencia. (Laurent 2004: 39)
Leopold, un automaton de la evocación repetitiva al ir recordando a Molly en su jornada, experimenta esa dependencia, sin saberlo, pero gozando, no cesando de no escribirla en su memoria.
Tomando los registros lacanianos recogidos por Éric Laurent en “¿Cómo tragarse la píldora?”, en Ulysses, la planta griega μῶλυ (móly), que protegió a Ulises de los encantos de Circe en Odisea de Homero, se configura encarnada en Molly Bloom en al menos tres nodos, estricamente relacionados con el sinthome de James Joyce en tanto anudamiento de lo imaginario, lo simbólico y lo real. Primero, de imagen hipnótica: es el cuerpo de la esposa, que, en cuanto fálico, apacigua o sanciona, lo que podría considerarse imaginario. Segundo, de objeto demandado: es el nombre de la esposa, que, en cuanto significante, positivo o negativo, liga al varón al Otro, lo que podría considerarse simbólico. Y, tercero, de goce puro: es una cosa que aflora sin nombre ni cuerpo que puedan ser dichos o vistos, es lo indecible, lo apenas bordeable, lo que podría considerarse real. He ahí la sublimación literaria genialmente consumada por Joyce del μῶλυ.
Los artificios del fantaseo de James Joyce que devinieron, por ponerlo así, medicina psíquica, en Ulysses en específico son φάρμακον (fármakon) que, como un λóγος (lógos) hecho carne, de la poesía de la psique y sus sueños y sus flujos, acabó siendo cuerpo erótico y lúbrico: el de Molly Bloom. Pero ella, a la mente de Leopold Bloom, aunque se abrirá en forma de bloom, de florecer, lo será no obstante de flor asfódela, común en el Hades: la mujer, más que al placer, remitiría al displacer y sus selvas inframundanas, inconscientes, y a las paradojas que ahí balbucean. En efecto, en el capítulo 6 de Ulysses, “Hades”, en el espacio de un funeral, la mujer y luego Molly, imaginaria, simbólica y real, entre el Eros y el Thánatos, aparecen eróticas al él pensar y remediar la muerte y los polos que anuda:
Sombras de la noche se ciernen por doquier con todos los muertos tendidos alrededor. Sombras de las tumbas cuando los cementerios bostezan […] Fuego fatuo. Gas de las sepulturas. Hay que hacer que no piense en ello para conseguir embarazarla. Las mujeres especialmente son tan quisquillosas. Cuéntale una historia de fantasmas en la cama para que se duerma. ¿Has visto alguna vez un fantasma? Pues yo sí. Era una noche como boca de lobo. El reloj iba a dar la medianoche. Aun así bien que besarían si se las pone a tono. Putas en almacabras turcos. Aprenden cualquier cosa si se las coge jóvenes. Puede uno conquistarse a una viuda joven aquí. Hay hombres así. Amor entre lápidas. Romeo. Sepulcrales aderezos de placer. En medio de la muerte estamos en la vida. Los extremos se tocan. Dentera para los pobres muertos. Olor a bistecs a la plancha para los hambrientos. Les roe las entrañas. Ganas de dar pelusa a la gente. Molly que lo quería hacer en la ventana. (Joyce 2022: 123)
Ciñéndome a y renovando la definición de literatura de Michel Foucault en Langage et littérature, de 1964, como fábula, un lenguaje que moviliza todo cuanto toca y por eso su sentido es decir siempre mucho más que lo que uno cree que dice, Ulysses de James Joyce no podría no guiñar en cada gesto intertextual, como en móly-Molly, a algo mayor inconsciente. O a un deseo acaso desplazado, asintótico. En el deseo, decía Jacques Lacan en Sémanaire V, de 1957 a 1958, se está en el deseo del Otro y su mecanismo discursivo simbólico igual que Aquiles con la tortuga: acercándose eternamente mas sin satisfacer plenamente. Porque el Otro, mujer no de recibo, supone, según Lacan, una demanda irresoluble del Yo: “una vez el hombre ha entrado en el mundo simbólico, no se puede aclanzar nada como no sea a través de una sucesión infinita de pasos de sentido” (Lacan 1999: 126). Molly Bloom, eco del μῶλυ (móly) medicinal, es un personaje que significa más que la esposa de un hombre: es la madre del hijo que ambos con Leopold Bloom habían visto nacer muerto. Se desprende eso siguiendo en “Hades” de Ulysses:
Si el pequeño Rudy hubiera vivido. Verle crecer. Oír su voz en la casa. Caminando al lado de Molly con traje de Eton. Mi hijo. Yo en sus ojos. Extraña impresión sería. De mí. Sólo por chiripa. Tuvo que ser aquella mañana en Raymond Terrace estando ella en la ventana mirando a los dos perros que estaban haciéndolo al lado de la pared del dejad de hacer el mal. Y el sargento con sonrisa bobalicona. Llevaba aquel vestido crema con el rasgón que no llegó a coserse nunca. Dame un achuchón, Poldy. Dios, me muero de ganas. Cómo empieza la vida.
Se quedó preñada entonces. Tuvo que renunciar al concierto de Greystones. Mi hijo dentro de ella. Yo le podría haber ayudado en la vida. Podría. Haberle hecho independiente. Aprender alemán también. (Joyce 2022: 101-102)
Ese hijo estará siempre latente, como símbolo de muerte que une a Leopold con su objeto deseado, Molly. Su muerte pulsa un fuerte duelo en los cónyugues, y la elevará a ella como paliativo. Aun así, tras diez años de trauma y celibato personal desde la muerte al nacer de Rudy, en ese 16 de junio de 1904 que la novela en sus mil páginas recorre, Molly le será infiel a su buen marido. Él lo sabe, lo que, durante su jornada de trabajo, lo mantiene con angustia, enfermo conyugal.
En Ulysses, Molly Bloom es el goce que bordea Leopold Bloom tal como su obra es en James Joyce un modo de bordear lo real. En relación al análisis de Éric Laureant sobre la píldora y su efecto placebo en “¿Cómo tragarse la píldora?”, la idea de Molly no es eficaz psíquicamente, y sin embargo engaña a la mente y mantiene a Leopold bajo un efecto placebo: ella es lo verdadero y lo falso en el cuerpo de él, es el amor y la traición. Y el hecho de que lo traicionará, lo falso, le permite pensar en ella a todas horas y recordar por qué la ama, lo verdadero. “…se hace uso de lo falso para alcanzar lo verdadero” (Laurent 2004: 40), dirá Laurent. En Joyce lo verdadero es el amor, siempre nuevo o renovado, siempre reescrito porque no cesa de no escribirse. De ahí nace el más de libido de Leopold. Leopold, que ha perdido su cuerpo libidinal desde la muerte de su hijo, encuentra en Molly, su φάρμακον (fármakon), un antidepresivo que le hace olvidar su desdicha. Ante la maga Circe como ante las sirenas del litoral, Leopold, letra –no verbo– hecha carne, goza de lo real en Molly, quien sugiere ser eso que los antiguos griegos llamaban ἀλληγορία (allegoria): un recurso que explica el uso sombrío del decir y sus mitos. La alegoría es la palabra anterior a la palabra aceptada: un algo secreto que debemos leer con minuciosidad hermenéutica, servidos de, en términos de Michel Foucault en Nietzsche, Freud, Marx, de 1965, las técnicas interpretativas instauradas en el paradigma y la expresión discursivas por, sucesivamente, Karl Marx, Friedrich Nietzsche y Sigmund Freud. Un extracto del capítulo preferido de James Joyce de Ulysses, el 17, “Ítaca”, pone eso muy bien ilustrado:
¿Qué afinidades especiales le parecían a él que existían entre la luna y la mujer?
Su antigüedad en anteceder y sobrevivir a sucesivas generaciones telúricas: su predominio nocturno: su dependencia o satélica: su reflejo luminar: su constancia en todas sus fases, cuando sale y cuando se pone a horas fijas, cuando crece y cuando mengua: la invariabilidad forzada de su aspecto: su respuesta indeterminada a la interrogación inafirmativa: su potencia sobre las aguas efluyentes y refluyentes: su poder para enamorar, para mortificar, para conferir belleza, para producir locura, para incitar y ayudar a delinquir: la tranquila inescrutabilidad de su semblante: la terribilidad de su aislada dominante implacable resplandeciente propincuidad: sus augurios de la tempestad y de la calma: el estímulo de su luz, de su moción y de su presencia: la admonición de sus cráteres, de sus mares áridos, de su silencio: su esplendor, cuando visible: su atracción, cuando invisible. (Joyce 2022: 806)
Pero la marea del verbo literario en Ulysses de James Joyce, en cierta medida, llega con trazo inspirado en los diarios que, sin puntuación, imparables, signaba Nora Bernacle. En el capítulo 18, “Penélope” y que contiene y extiende el monólogo interior que, poético y musical y neurótico y libidinal, le dio la fama a Molly Bloom, ahí, el autor, en sólo ocho movedizas oraciones dispersas trenzadas con versátil maestría mas asfixiada redacción, en apenas unas cien arduas y espesas páginas, ella, diluviándose desde su carne inconsciente, cual hilo de densa orina u oscura sangre, nos dirá una mirada íntima que será ilatente discurso de su verdad sexual, dis-curriendo su deseo-mutante y con-tendiendo al varón-estrago. Un grueso fragmento amputo en torno a: por una parte, la afirmación de mujer-infinita y varón-impotente con que Jacques Lacan en Sémanaire X, de 1962 a 1963, separaba la angustia de ellas de la de ellos; y, por otra parte, el nombre de Molly como φάρμακον (fármakon) en ese sinthome joyceano. La mujer acá habla de su primer amante, el marinero Mulvey, y llega hasta su actual amante, Boyland, pero se detiene en la pregunta por su nombre en boca del primer amante y su apellido de casada que tiene de Leopold y cómo sería si fuera de otros amantes:
Molly querida me llamaba cómo se llamaba jack Joe Harry Mulvey era así sí creo que era teniente algo rubio tenía una especie de voz alegre así que me volví a comosellama todo era comosellama tenía bigote él dijo que volvería Dios mío es como si fuera ayer para mí y que si estaba casada me lo haría y le prometí que sí fielmente dejaría que me follara ahora volando quizás está muerto o lo hayan matado o hecho capitán o almirante hace casi 20 años si yo dijera cala del abeto lo haría si llegara por atrás y me tapara los ojos con las manos para que adivinara quién era puede que le reconociera él aún es joven unos 40 quizás esté casado con alguna muchacha de junto al agua negra y muy cambiado todos cambian no tienen ni la mitad de personalidad que tiene una mujer poco sabe ella lo que yo hice con su querido marido antes de que él siquiera soñara con ella en pleno día además a la vista de todo el mundo se podría decir podían haber sacado un artículo en el Chronicle sobre aquello me puse un poco loca después cuando hinché la bolsa vacía de las galletas de Benady Bros y la exploté Dios mío qué estallido todas las becadas y palomas chillando volviendo por el mismo camino que subimos por middle hill por la vieja caseta del guarda y el cementerio judío haciendo como que leíamos el hebreo de las tumbas yo quería disparar su pistola él dijo que no llevaba no sabía qué me pasaba con su gorra en punta puesta que siempre llevaba torcida tan pronto como se la ponía yo derecha H M S Calypso balanceando mi sombrero aquel viejo Obispo que pronunció desde el altar un largo sermón sobre la alta misión de la mujer sobre las chicas que ahora montan en bicicleta y llevan gorras en punta y los nuevos pololos de mujer Dios le dé a él luces y a mí dinero supongo que se llaman así por él nunca pensé que sería mi nombre Bloom cuando lo escribía en letras de imprenta para ver qué tal se veía en una tarjeta de visitas o ensayando para el carnicero y agradecida M Bloom estás radiante como una flor Josie me decía después que me casara con él bueno es mejor que Breen o Briggs que se parece a brigada o esos nombres horribles compuestos con culo Mrs Báculo o algún otro tipo de culo Mulvey no me volvería loca tampoco o supongamos que nos divorciamos Mrs Boylan mi madre quienquiera que fuera podría haberme dado un nombre más bonito (Joyce 2022: 882-883)
El nombre de Leopold se inscribe en Molly, pero ella en este momento epilogal ha operado ya como φάρμακον (fármakon) conyugal en todo Ulysses.
En Ulysses de James Joyce, de 1922, el nombre de Molly Bloom, el μῶλυ (móly) que aflora (bloom), adviene como fórmula que desnuda algo secreto, prístino, más alla del giro de las palabras y las imágenes en el inconsciente inframundano. En las revisiones lacanianas de los postulados freudianos, esa mujer sería: primero en la producción autorial de James Joyce, marca de la letra en el cuerpo, de suyo real, en el sinthome que él trama en la escritura en su obra; y, después en la proyección ficticia en Leopold Bloom, placebo de la píldora en la psique, ya real, simbólica o imaginaria, en el φάρμακον (fármakon) que él traga en la compañera de su vida. Umberto Eco, en su novela El nombre de la rosa, de 1980, al variar unos versos de Bernardo de Cluny, del siglo XII, nos legó una idea de la mujer en tanto rosa prístina: en el cierre de su relato, su protagonista, el novicio benedictino Adso de Melk, dice “Dejo este texto, no sé para quién, este texto, que ya no sé de qué habla: stat rosa pristina nomine, nomina nuda tenemus” (Eco 1984: 668). La Molly prístina, como la rosa prístina, es otro nombre desnudo del cual apenas sabemos de qué habla, pero cuyo no sé qué balbuciente, el que declaran los animales en Cántico espiritual de San Juan de la Cruz, de 1578, según Jacques Lacan en Sémanaire XX, de 1972 a 1973, podría ofrecer un sentir místico: no lo sabido sino lo sentido, que se corresponde en la lalangue balbuciente del infans en la función materna. En el goce del bebé de su cuerpo a través de la lengua sin lógica, ese balbuceo hablaría por el sujeto hasta adulto: así es que en Joyce, su joy-ce, su goce, y su freud-e, su alegría, se en-laçan, se enlazan, en el habla de su fabla, la fábula con que remeda su ego en su ars.
Si en nuestro tiempo el fármaco denota lo que Éric Laurent en “¿Cómo tragarse la píldora?”, de 2004, en el ámbito de la libido, señala como “un más de vida” cuya fuerza “se sostiene de lo posible y de lo eventual” (Laurent 2004: 41) y produce un placebo, lo que le genera al sujeto un efecto psíquico, una creencia que afecta al cuerpo en la vida cotidiana, James Joyce en 1922 ya le dio tal seña en la obra literaria en Ulysses, en esa tensión sufrida por Leopold Bloom y ante la cual demanda su remedio, Molly Bloom, imaginaria, simbólica y real. La contemplación farmacológica de Marion “Molly” por Leopoldo “Poldy” cumple, sin lugar a dudas, una triple función borromea. Pero ella es la píldora de lo difícil de digerir una vez tragado, tanto como ese caos final de Ulises en las cien páginas del capítulo con que concluye la novela, que James Joyce, muy creativo y conyugal, pone como escribiera esa Nora Bernacle suya idolatrada, en un flujo de la mente sin puntuación, y sin indicación para tragárselo.
Referencias
Barthes, R. (1993). Fragmentos de un discurso amoroso. Siglo XXI: Madrid.
Brunschwig, J., et al. (2000). Diccionario Akal de El saber griego. Akal: Madrid.
Eco, U. (1984). “Último folio”. El nombre de la rosa. Lumen: Barcelona.
Ellmann, R. (1982). James Joyce. Oxford University Press: New York, Oxford, Toronto.
Foucault, M. (1996). “Lenguaje y literatura”. De lenguaje y literatura. Paidós: Barcelona.
__________. (2010). Nietzsche, Marx, Freud. Anagrama: Buenos Aires.
Freud, S. (1976). Obras completas. Amorrortu: Buenos Aires, 1976.
Hesíodo. (1978). “Libro I”. Teogonía. Centro de Estudios Clásicos de la Universidad Nacional Autónoma de México: México, D. F.
Homer. (2011). The Iliad and Odyssey translated by Alexander Pope. Chester River Press: Chestertown.
Huidobro, V. “Joan Miró”. Cahiers d’Art. En archivo virtual de Revista Altazor: https://www.revistaaltazor.cl/joan-miro-visto-por-vicente-huidobro/.
Joyce, J. (2022). Ulises. Cátedra: Madrid.
__________. (2000). Ulysses. Penguin Classics: London.
Lacan, J. (1999). El Seminario, Libro 5: Las formaciones del inconsciente. Paidós: Barcelona.
__________. (1988). El Seminario, Libro 7: La ética del psicoanálisis. Paidós: Barcelona.
Laurent, É. (2004). “¿Cómo tragarse la píldora?”. Ciudades analíticas. Tres Haches: Buenos Aires, 2004.
Piglia, R. (2000). “Los sujetos trágicos (literatura y psicoanálisis)”. Formas breves. Anagrama: Barcelona.

