Desde sus inicios, el psicoanálisis ha otorgado al falo un lugar privilegiado en la construcción del deseo y en la constitución de la subjetividad. Lejos de reducirse a un dato anatómico, su función se despliega en el registro simbólico: organiza la economía libidinal, delimita las posiciones sexuadas y estructura la relación con el Otro. Ya en los textos fundacionales de Freud se advierte que, aunque el falo parece ligado al cuerpo, pronto se revela como algo que lo trasciende. No se trata de un órgano, sino de un valor atribuido, un signo que no remite a lo que se tiene, sino a lo que se supone que falta. En esa ambigüedad, entre lo visible y lo inalcanzable, se instala su paradoja: el falo funda el deseo, precisamente porque no puede ser poseído.
Una imagen del imaginario antiguo permite captar con claridad esta lógica: Príapo, figura menor del panteón grecorromano, aparece caracterizado por su falo desmesurado, siempre expuesto, siempre presente. Sin embargo, lo que en apariencia podría encarnar una potencia absoluta, acaba revelando lo contrario: allí donde el falo se muestra sin medida, pierde su fuerza simbólica. Su exageración provoca risa, incomodidad, incluso desprecio. Príapo no representa el poder, sino la imposibilidad de sostenerlo. Desde una lectura psicoanalítica, esta figura encarna una respuesta defensiva frente a la castración: la ilusión de que el exceso puede ocultar la falta. Pero cuanto más se insiste en mostrarlo, más evidente se hace lo que no se tiene.

Esta lógica resuena en la teoría psicoanalítica desde Freud hasta Lacan. En la obra freudiana, el falo emerge en el contexto del complejo de castración como aquello que marca una diferencia no biológica, sino simbólica. El niño teme perderlo; la niña se construye en torno a su ausencia. Ambos ingresan al orden del deseo en función de ese signo que organiza el valor y la falta. Lacan retoma esta concepción y la reformula: “el falo no es el pene”, afirma (Lacan, 1958/2003), sino un significante que estructura la posición del sujeto en relación con el lenguaje, la ley y el deseo. No hay identidad que escape a su lógica: el falo no pertenece, se supone. No se tiene, pero se gira en torno a él.
En la actualidad, esta paradoja retorna bajo nuevas formas. Frente a transformaciones culturales y cuestionamientos a los modelos tradicionales de género, ciertos discursos -como el del movimiento redpill– insisten en reafirmar una virilidad anclada en la posesión: del poder, del cuerpo, del Otro. En este afán por “tener el falo”, estos discursos repiten el gesto de Príapo: cuanto más buscan afirmar su autoridad, más revelan la inseguridad que la sostiene. La negación de la castración simbólica no la elimina; solo la reactualiza en forma de síntoma.
Este
ensayo se propone
explorar la paradoja
del falo en la teoría psicoanalítica, desde sus formulaciones iniciales en Freud
hasta su relectura estructural en Lacan, para pensar cómo esa lógica persiste -aunque
desplazada- en las subjetividades masculinas contemporáneas. A través del análisis del discurso redpill, se abordará cómo la masculinidad, lejos de sostenerse en la plenitud
imaginaria, se constituye precisamente en torno
a una falta que no puede ser colmada. El mito de Príapo, entonces, no
solo resiste como vestigio mitológico, sino que vuelve, una y otra vez, allí
donde el sujeto intenta negar el vacío que lo habita.
I) La lógica del primado falo y la organización sexual infantil en Freud
Una de las grandes rupturas que introduce Freud en la comprensión del sujeto es su concepción de la sexualidad infantil. Lejos de considerar esta etapa como pasiva o inocente, Freud afirma que la sexualidad está presente desde los primeros años de vida, aunque no se manifiesta de forma unificada ni orientada hacia fines reproductivos. En Tres ensayos sobre teoría sexual (Freud, 1905/2001), describe esta sexualidad como compuesta por pulsiones parciales, es decir, impulsos ligados a distintas zonas erógenas, que funcionan de manera autónoma, fragmentaria y autoerótica. Estas pulsiones no se encuentran subordinadas a una genitalidad madura, sino que se expresan en prácticas lúdicas, exploratorias y no normadas.
No obstante, esta dispersión pulsional tiende a organizarse en torno a un eje central en una etapa posterior del desarrollo: la fase fálica. Es aquí donde Freud sitúa el inicio del llamado primado fálico, un momento estructurante en el que tanto niños como niñas atribuyen al pene un valor libidinal exclusivo. En La organización genital infantil (1923/2001), Freud observa que el niño considera al pene como “el único genital reconocible y valioso”, proyectando esta lógica incluso sobre el cuerpo femenino (p. 142). Este señalamiento no remite solamente a una percepción infantil distorsionada de la anatomía, sino a la formación de una estructura simbólica donde el cuerpo -y con él, el deseo y la identidad- se valora según la presencia o ausencia del falo.
Freud indica además que, aun en la infancia, el deseo se dirige hacia una figura única, anticipando la forma de elección amorosa propia de la adultez. Sin embargo, esta organización libidinal se encuentra todavía en construcción, ya que las pulsiones no se han subordinado por completo al dominio de los genitales. En este sentido, señala: “El conjunto de las aspiraciones sexuales se dirige a una persona única, y en ella quieren alcanzar su meta. He ahí, pues, el máximo acercamiento posible en la infancia a la conformación definitiva que la vida sexual presentará después de la pubertad. La diferencia respecto de esta última radica solo en el hecho de que la unificación de todas las pulsiones parciales y su subordinación al primado de las zonas genitales no están aún consolidadas, o lo están de manera muy incompleta” (Freud, 1923/2001, pp. 145–146).
Este fragmento permite comprender que, aunque el aparato pulsional infantil no está completamente estructurado, ya se encuentra operando una lógica que confiere al pene un valor simbólico preponderante. La niña es percibida como carente, y el niño como posible portador del objeto valorado, lo que instala una organización binaria de la diferencia sexual basada en la presencia o ausencia del falo. En este contexto, el falo comienza a funcionar como significante del deseo, del poder y del valor subjetivo, anticipando el lugar estructural que ocupará posteriormente en el desarrollo psíquico.
Así,
la diferencia sexual no se establece desde una lógica de complementariedad, sino desde una oposición jerárquica: tener o no tener el falo.
Esta percepción genera dos efectos psíquicos distintos: en el niño, la angustia
de castración, que expresa el temor de perder lo que se cree poseer; y en la
niña, el deseo fálico, que manifiesta la aspiración a obtener aquello que se
percibe como perdido. Estos efectos no derivan de la biología, sino de la
interpretación simbólica que el sujeto infantil hace de su cuerpo y del cuerpo
del Otro.
Esta lógica se profundiza en textos como El yo y el ello (1923/2001) y La disolución del complejo de Edipo (1924/2001), donde Freud muestra que el acceso a la ley y al deseo exige una renuncia simbólica al falo. El niño debe abandonar la fantasía de ser el falo para la madre y aceptar la autoridad del padre, internalizando la prohibición del incesto como condición para ingresar en el orden simbólico. La niña, por su parte, deberá inscribirse en esta misma estructura, aunque desde la posición de quien “no tiene” el falo. En ambos casos, la castración no es una experiencia traumática real, sino una operación simbólica que habilita el deseo y la subjetividad.
En este punto se hace visible la paradoja del falo en Freud: el falo es el objeto más deseado, lo que otorga valor y garantiza una posición privilegiada en el deseo del Otro; pero, al mismo tiempo, es un objeto imposible de poseer plenamente. El sujeto se constituye en torno a esa falta, que no es accidental ni circunstancial, sino estructural. Se desea lo que no se tiene, lo que está ausente, pero que se supone que el Otro posee. Freud aún no emplea la noción de “significante”, pero su obra anticipa esta lectura: el falo no es simplemente un órgano ni un objeto; es una función simbólica que organiza la economía del deseo y estructura el acceso a la ley. Será Lacan quien, retomando esta problemática, le otorgue al falo un estatuto formal dentro del orden del lenguaje.
Esa tensión entre lo visible y lo imposible, entre el exceso que oculta y la falta que revela, no es nueva en el pensamiento psicoanalítico. Ya en los primeros textos de Freud, la lógica del falo se esboza en el modo en que la infancia organiza su mundo libidinal: no desde la biología, sino desde una lectura simbólica del cuerpo y de la diferencia sexual. Es allí, en el terreno de las primeras identificaciones y fantasías, donde se inscribe la paradoja que Príapo encarna grotescamente: lo que se muestra como posesión, en realidad señala una pérdida. Volver a Freud es, por tanto, recuperar el momento en que el falo empieza a operar como signo, y no como cosa.
II) El giro lacaniano
La lectura que Lacan propone del falo no prolonga la de Freud: la interrumpe. Si el padre del psicoanálisis aún lo situaba en un cruce entre imagen y anatomía, Lacan lo desplaza al corazón mismo del lenguaje. Allí, despojado de cuerpo, el falo se vuelve un operador estructural: ya no lo que se mira o se posee, sino lo que no está, pero que organiza desde su ausencia. No se trata de eliminar el deseo, sino de comprender que este no surge por plenitud, sino por una pérdida irrepresentable. Y esa pérdida es, precisamente, lo que el falo nombra.
Esta inversión transforma radicalmente su estatuto: el falo deja de ser un objeto — aun imaginario— y pasa a inscribirse como una marca en la red de los significantes. No hay identidad, ni goce, ni ley que no se articulen en torno a ese punto ciego. El sujeto accede al lenguaje, pero a costa de algo que pierde, y que jamás podrá recuperar. Esa pérdida no es contingente, sino constitutiva. Lo que se gana en palabra, se pierde en totalidad.
A partir de esta concepción, Lacan
propone una diferencia lógica que no coincide con el género, aunque muchas veces lo atraviesa: la distinción entre quienes se ubican del lado
de la excepción —regidos por la función fálica— y quienes, por el contrario, no se inscriben completamente en ella, y se abren a un goce que desborda la ley. El falo, en este sentido, no organiza simplemente la diferencia sexual, sino la relación posible (o imposible) con lo que no se puede decir. Es decir, con lo Real.
Este marco permite repensar ciertas figuras culturales con otra precisión. La imagen de Príapo, por ejemplo —con su falo colosal, omnipresente, casi obsceno— no representa el exceso de poder, sino el fracaso de la función fálica. En lugar de articular el deseo, lo bloquea. En vez de abrir el lenguaje, lo satura. No hay ley en Príapo, hay caricatura: su falo visible lo vuelve impotente. La defensa contra la castración se vuelve, paradójicamente, su forma más ridícula.
Algo similar ocurre con ciertos discursos contemporáneos que pretenden “recuperar” una virilidad perdida. El movimiento redpill, al multiplicar los signos imaginarios de dominio
—fuerza, control, rechazo de lo femenino—, no fortalece la posición masculina: la vuelve sintomática. Su virilidad no es simbólica, es defensiva. No acepta la falta, la niega. Y en esa negación, queda atrapada en una repetición: intenta demostrar que tiene el falo, porque en el fondo sabe que no lo tiene.
Lacan lo había anticipado: el deseo no se sostiene en lo que se muestra, sino en lo que falta. Y cuando se intenta suprimir esa falta, solo queda el acting, la sobreactuación, el gesto vacío. El discurso redpill, como Príapo, no escapa al falo: gira en torno a él. Pero no en el lugar del significante, sino en su versión más imaginaria, más pobre. No hay potencia ahí, solo el eco de una pérdida que se rehúsa a ser reconocida.
III) Lecturas contemporáneas y la crítica al modelo fálico
A partir de los años noventa, se desarrollan enfoques que problematizan la supuesta neutralidad del significante fálico, cuestionando su pretensión de universalidad y proponiendo otras formas de pensar la diferencia y la subjetividad. Estas perspectivas coinciden en señalar que la teoría del falo no puede sostenerse como eje universal sin una revisión crítica de sus fundamentos simbólicos y políticos. El falo, como figura estructurante del deseo, no es eliminado en estas lecturas, pero sí es relativizado, desplazado o resignificado.
Una de las críticas más influyentes
proviene de Judith Butler, quien en El género en disputa (1990/2007) plantea
que la estructura fálica no es un hecho necesario o inmutable, sino el efecto
de una matriz heterosexual que regula los cuerpos, los deseos y las
identidades. Desde su perspectiva, la centralidad del falo en la teoría
psicoanalítica no responde a una lógica universal, sino a una economía de
género que presupone una oposición binaria y jerárquica entre masculino y
femenino. Butler sostiene que el sujeto no se constituye simplemente a través
de la falta simbólica, sino mediante una normatividad performativa que impone
ciertas formas de ser y de desear. En este sentido, el falo no sería tanto un
significante estructural como una tecnología de poder que regula lo inteligible
y excluye otras formas de existencia.
Desde otra vertiente crítica, Luce Irigaray cuestiona que la teoría del deseo se organice en torno a un único significante —el falo—, dejando sin representación simbólica el cuerpo femenino. En textos como Este sexo que no es uno (1977/2008), Irigaray propone una crítica a la lógica fálica por su incapacidad para pensar la diferencia sexual como verdadera alteridad. Según ella, el sistema simbólico occidental se construye sobre el modelo masculino, y lo femenino queda reducido a lo que el hombre no es: lo carente, lo pasivo, lo otro. Esta crítica apunta a la necesidad de una reescritura del lenguaje que permita pensar la diferencia sin que esta quede atrapada en la lógica de la falta y la subordinación.
Una voz contemporánea dentro del campo psicoanalítico que se sitúa en un punto de tensión entre crítica y relectura es la de Diana Rabinovich. En sus trabajos, ella no renuncia a la noción de falo, pero señala que su función debe ser pensada a la luz de los cambios sociales, culturales y políticos actuales. En particular, analiza cómo la figura del falo sigue operando en los discursos sobre la masculinidad, pero ya no como garantía de poder, sino como signo de una pérdida. Desde su perspectiva, la masculinidad contemporánea aparece atravesada por una crisis simbólica, donde el sujeto masculino se ve obligado a reafirmar su virilidad frente a un modelo que se vuelve cada vez más insostenible (Rabinovich, 2019). Así, el falo no desaparece, pero cambia de lugar: ya no es el centro estable del deseo, sino el índice de una falta que se vuelve más visible.
Lejos de desmantelar por completo el aparato teórico del psicoanálisis, estas críticas permiten pensar otras formas de subjetivación que no se articulen exclusivamente desde la lógica de la falta ni desde una diferencia sexual binaria. En este sentido, el pensamiento contemporáneo abre un campo fértil para repensar el deseo, el cuerpo y la ley más allá del falo.
IV) La paradoja del falo y la crisis de la masculinidad en la actualidad
En las últimas décadas, se ha intensificado el debate en torno a lo que se ha denominado la ‘crisis de la masculinidad’. Este fenómeno se articula con transformaciones socioculturales profundas: la expansión de derechos de las mujeres, el cuestionamiento de los roles de género tradicionales, y la visibilización de identidades no normativas. En este contexto, ciertas subjetividades masculinas experimentan una sensación de pérdida de posición simbólica, que es leída desde el psicoanálisis como la reactivación de la angustia de castración.
Movimientos como el redpill o la manosphere responden a esta vivencia con discursos que intentan restaurar una virilidad amenazada. En ellos, lo femenino es concebido como una amenaza a la autoridad masculina, y la masculinidad se defiende mediante la reafirmación de signos de poder, control y autosuficiencia. Estos gestos pueden ser leídos como intentos de negar la castración simbólica, reafirmando una posesión del falo que, como se ha visto, es estructuralmente imposible. En realidad, cuanto más se insiste en tener el falo, más se hace visible su ausencia: la masculinidad tradicional aparece entonces como un ideal que se desmorona.
Desde la teoría psicoanalítica, la
paradoja del falo permite comprender esta escena contemporánea. El falo es deseado, temido y defendido, aunque nadie lo posee realmente.
En los discursos redpill, se expresa el esfuerzo por negar esa falta constitutiva, recurriendo a fantasías de dominio que sólo refuerzan la ansiedad frente a lo que no puede ser recuperado. Como ilustró Freud (1922/2001) en ‘La cabeza de Medusa’, el horror que provoca la castración no proviene de una amenaza externa, sino del descubrimiento de que no hay plenitud. La petrificación que produce esa imagen puede interpretarse, en la actualidad, como la rigidez con la que algunos sujetos reaccionan frente a un orden simbólico que ya no les garantiza su lugar de poder.
Lejos de proponer un retorno a modelos cerrados de masculinidad, el desafío contemporáneo es pensar nuevas formas de subjetivación que no se funden en la fantasía de tener el falo. Asumir la falta, reconocer la vulnerabilidad y abrirse a formas diversas de goce y deseo puede ser el camino para construir masculinidades no defensivas, menos dependientes del ideal fálico y más abiertas al Otro.
Conclusión
Jacques Lacan retoma esta concepción en sus seminarios y la lleva a una formalización estructural. Al declarar que “el falo no es el pene” (Lacan, 1958/2003), introduce una distinción crucial entre el cuerpo biológico y el lugar simbólico que ese significante ocupa. El falo, en tanto significante de la falta en el Otro, no representa un objeto concreto, sino una función que delimita el campo del deseo. La oposición entre “tener” y “ser” el falo se convierte, entonces, en un principio que organiza las posiciones sexuadas, en donde lo masculino y lo femenino no remiten a géneros o cuerpos, sino a formas diferenciales de responder a la castración simbólica. En este marco, el sujeto se constituye como deseante precisamente porque algo le falta, y es esa falta —no accidental, sino estructural— la que impulsa la búsqueda del reconocimiento, el amor y el goce.
Tal lógica se hace especialmente visible en ciertos discursos actuales sobre masculinidad, como los que conforman el fenómeno redpill. Este movimiento, que se presenta como una reacción a los cambios socioculturales en torno al género y al empoderamiento femenino, construye una narrativa centrada en la idea de que los hombres han perdido un poder que históricamente les pertenecía. Desde una mirada psicoanalítica, estas posiciones pueden interpretarse como intentos de desmentir la castración simbólica. La masculinidad redpill se define, así, en oposición a la vulnerabilidad y a lo femenino, apelando a la reafirmación del falo a través de signos de dominio, éxito o control. Sin embargo, cuanto más se insiste en esta demostración, más se evidencia el carácter inalcanzable de aquello que se pretende poseer. En este sentido, el discurso puede entenderse como una reactualización defensiva de la paradoja fálica: una puesta en escena del miedo a la falta que, como en el mito de Medusa interpretado por Freud (1922/2001), convierte al sujeto en piedra ante aquello que amenaza con mostrarle que nunca fue dueño del falo.
Referencias
Butler, J. (2007). El género en disputa: El feminismo y la subversión de la identidad (M. Antón, Trad.). Barcelona: Paidós. (Obra original publicada en 1990)
Freud, S. (2001). El yo y el ello (J. Etcheverry, Trad.). En Obras completas (Vol. XIX, pp. 11– 65). Buenos Aires: Amorrortu. (Obra original publicada en 1923)
Freud, S. (2001). La disolución del complejo de Edipo (J. Etcheverry, Trad.). En Obras completas (Vol. XIX, pp. 149–155). Buenos Aires: Amorrortu. (Obra original publicada en 1924)
Freud, S. (2001). La organización genital infantil (J. Etcheverry, Trad.). En Obras completas
(Vol. XIX, pp. 141–148). Buenos Aires: Amorrortu. (Obra original publicada en 1923)
Freud, S. (2001). Tres ensayos sobre teoría sexual (J. Etcheverry, Trad.). En Obras completas
(Vol. VII, pp. 111–208). Buenos Aires: Amorrortu. (Obra original publicada en 1905)
Irigaray, L. (2008). Este sexo que no es uno (C. Lorda, Trad.). Madrid: Akal. (Obra original publicada en 1977)
Lacan, J. (2003). Escritos I. Buenos Aires: Siglo XXI. (Trabajo original publicado en 1958)
Preciado, P. B. (2013). Testo yonqui: Sexo, drogas y biopolítica. Buenos Aires: Paidós. (Obra original publicada en 2008)
Rabinovich, D. (2019). La masculinidad en cuestión: Del padre a la desmentida del falo. Buenos Aires: Letra Viva.

