Eterno resplandor de una mente sin recuerdos: cada rezo aceptado, cada deseo resignado

¿Qué pasa cuando intentamos olvidar lo que amamos? ¿Qué queda de una relación cuando su huella es extirpada de la conciencia? La película Eterno resplandor de una mente sin recuerdos (Michel Gondry, 2004) plantea una ficción tan inquietante como reconocible: borrar los recuerdos dolorosos de una relación fallida mediante un procedimiento tecnológico, digamos que una técnica científica. El protagonista, Joel, devastado luego de su separación con Clementine, descubre que ella ha decidido eliminar todo recuerdo de su relación. A raíz de ello, acude a la misma empresa, Lacuna Inc., para someterse al mismo proceso. Pero durante el procedimiento, ya dentro de su subconsciente, Joel revive momentos compartidos con ella y empieza a resistirse a borrarlos: ¿es posible olvidar lo que alguna vez deseamos? Intenta esconder memorias, desplazar imágenes y conservar lo que alguna vez significó algo. Finalmente, ambos terminan encontrándose de nuevo en un viaje en tren, sin saber que ya compartieron una historia. Se sienten misteriosamente atraídos. Descubren sus viejas grabaciones, donde se critican y lastiman, pero aun así deciden volver a intentarlo. ¿Podemos desligarnos voluntariamente de aquello que alguna vez nos constituyó?

Imagen tomada de la película “Eternal sunshine of the spotless mind”. Escena del hielo.

La propuesta de este ensayo es hacer una lectura de la película a partir de una articulación posible entre el psicoanálisis y la filosofía, utilizando como hilo conductor ciertas nociones: desde los conceptos freudianos de repetición y trauma, pasando por la noción bergsoniana de duración como tiempo vivido, hasta las resonancias lacanianas del deseo como insistencia de lo real. Analizaré cómo Eterno resplandordesmonta la idea de una subjetividad que pueda ser editada, limpiada o reseteada y que el sujeto pueda desprenderse sin consecuencias de lo que ha vivido.

No hay olvido sin resto. No hay deseo sin repetición. No hay tiempo vivido que pueda ser borrado sin perder parte de sí mismo.

1. Freud: repetición y el retorno de lo reprimido

Freud, en su escrito Recordar, repetir y reelaborar (1914), sostiene que, cuando el sujeto no logra elaborar plenamente una experiencia, ésta no se integra como recuerdo: el sujeto la repite, la actúa, la revive sin saberlo. La escena retorna bajo la forma de repetición. No se trata de una copia fiel a la del pasado sino, más bien, de una puesta en acto inconsciente; no es literal pero sí sintomática como una forma de decir lo indecible. El sujeto no recuerda lo traumático: en lugar de rememorar la vivencia la reencarna en sus elecciones, síntomas y vínculos. Hablamos de la resistencia del recuerdo. En la película Eterno resplandor…, esta idea se encarna con claridad en la escena final: tras haber eliminado de sus mentes los recuerdos de su relación, Joel y Clementine se encuentran nuevamente. Escuchan las grabaciones que revelan sus conflictos, sus críticas y sus frustraciones pasadas, pero a pesar de todo vuelven a intentarlo. Esta decisión podríamos entenderla no como una repetición “del error”, sino como lo que Freud denomina el retorno de lo reprimido bajo una nueva forma.

En este sometimiento al procedimiento de borrado de los recuerdos, algo en Joel comienza a resistirse. Desea proteger aquellas escenas aparentemente insignificantes pero que vienen ligadas de afecto. Lo significativo es que, aunque el proceso se complete, Joel y Clementine terminan por reencontrarse, atraídos por una fuerza que desconocen pero que claramente los conecta. Pensaríamos que este reencuentro se trata de algo casual, pero no: es el retorno de lo no simbolizado, de aquello que insiste en volver a lo mismo.

En Más allá del principio del placer (1920), Freud introduce un elemento que va aun más allá: la compulsión a la repetición. Se trata de una fuerza del aparato psíquico que empuja al sujeto a revivir ciertas experiencias, lo traumático, aunque esto carezca de placer y sentido. Lo que se supondría que debería haberse integrado como pasado retorna como un presente eterno, marcándolo más allá de su voluntad.

En palabras de Freud: “Una pulsión sería entonces un esfuerzo, inherente a lo orgánico vivo, de reproducción de un estado anterior” (Freud, 1920, p. 36). La meta de toda vida sería la muerte, ya que lo inanimado estuvo ahí antes, estableciendo la paradoja de que el organismo vivo lucha contra influencias que podrían hacerle alcanzar su meta vital por el camino más corto. Así la pulsión reprimida nunca deja de aspirar a su satisfacción plena, al intento de alcanzar, repetir, reproducir aquella satisfacción obtenida de una vivencia primaria pero que resulta inalcanzable, irreproducible en un segundo tiempo, es decir, la diferencia entre el placer hallado y el pretendido.

En Eterno resplandor…, el reencuentro entre Joel y Clementine no es azaroso: encarna esa fuerza pulsional que, más allá del principio del placer, los empuja a revivir lo que no puede ser ni satisfecho ni resuelto. Esta vivencia amorosa, pensada como escena originaria de deseo, insiste, empuja; y, aunque la repetición no logra nunca reproducir esa primera satisfacción, sigue funcionando como motor. En la película vemos que el olvido no borra lo vivido: lo redobla como insistente. El sujeto, aun sin memoria, sigue habitado por su historia. Joel no quiere recordar; desea que lo olvidado no vuelva a doler. Ambos no saben lo que vivieron pero algo en ellos los hace elegir repetirlo.

El dispositivo de borrado mental, entonces, no conseguiría su objetivo: evidencia el fracaso del olvido como solución clínica posible. El deseo no puede extirparse quirúrgicamente. El inconsciente no responde a técnicas de supresión; más bien se resiste, se desplaza, retorna. Borrar no libera, sino que, por el contrario, arrastra al deseo a retornar bajo formas nuevas. A medida que los técnicos de Lacuna Inc. eliminan recuerdos, Joel comienza a esconderlos en zonas no vinculadas directamente a la relación: un recuerdo de la infancia, una conversación aleatoria poniendo en escena lo que Freud concibe como el trabajo psíquico de la defensa. El deseo se protege de ser borrado.

2. Bergson: duración y memoria como tiempo vivido

Henri Bergson nos propone una concepción filosófica del tiempo radicalmente distinta a la idea común que manejamos del transcurso de una serie de momentos sucesivos, iguales y mensurables. Para él, la conciencia no experimenta el tiempo como si fuera un reloj, sino más bien como una duración continua, afectiva y cualitativa, en donde los estados mentales no son piezas yuxtapuestas de un mecanismo, sino que establecen lazos entre ellos y se transforman mutuamente. En su escrito Ensayo sobre los datos inmediatos de la conciencia (1999) desarrolla en la duración (durée) un concepto que describe el tiempo vivido y experimentado de forma subjetiva, en tanto experiencia interna, en contraste con el tiempo medido de manera objetiva a través de relojes o calendarios como concepción lineal y espacial del tiempo de la ciencia.

Esta duración subjetiva constituye el modo en que el sujeto vive y se estructura. Por ello, la experiencia no se entendería como una suma de partes, ni el yo como una colección de instantes separados. La subjetividad se construye como una trama en constante cambio donde el pasado no desaparece, sino que se actualiza permanentemente en el presente.

En esta línea, Bergson advierte que el modo en que la ciencia aísla fenómenos para estudiarlos –aunque útil como recurso metodológico– no representa con fidelidad la realidad vivida. En Memoria y vida (1977), señala que la materia tiende a formar sistemas aislables, pero nunca llega a estar completamente separada de su contexto. El aislamiento total, dice, es una comodidad de estudio, no una verdad de la experiencia. Aplicado a la conciencia, esto implica que intentar separar recuerdos como si fueran piezas independientes es una simplificación artificial que no contempla la complejidad afectiva del tiempo vivido.

En Eterno resplandor…, la clínica ficticia Lacuna Inc. encarna la fantasiosa idea de poder tratar la memoria como si fuera un archivo digital sobre la cual se podría intervenir borrando escenas o recuerdos y, a partir de esto, aliviar el sufrimiento. Sin embargo, vemos la resistencia de Joel a medida que los recuerdos empiezan a desvanecerse: no porque cambie de opinión racionalmente, sino porque no se puede separar lo malo de lo bueno, lo doloroso de lo vivido. La conciencia no puede segmentarse sin tener consecuencia alguna: borrar un recuerdo no consiste tan solo en eliminar una unidad suelta, ya que afectaría a la continuidad subjetiva del yo. La escena en la que Joel intenta esconder a Clementine en recuerdos de su infancia –fuera del alcance del sistema de borrado– ilustra con fuerza esta idea.

Los recuerdos no sólo no están ordenados como en una base de datos, sino que la afectividad da cuenta de un entrelazamiento que escapa a toda clasificación externa posible. En términos bergsonianos, la memoria no es una función del cerebro ni un banco de datos, sino un movimiento vital que sostiene el devenir del sujeto. Lo que se vive, incluso cuando duele, forma parte de la construcción del yo. Por eso, el intento de eliminar un fragmento del pasado no sólo puede fracasar, sino que también amenaza con vaciar al sujeto de sí.

Esta concepción se afirma aun más cuando Bergson sostiene que “no hay percepción que no esté impregnada de recuerdos” (p. 81), lo que significa que no hay presente puro sin pasado: cada percepción actual está ya tejida por lo vivido. La memoria, lejos de ser una función auxiliar, constituye el lado subjetivo de nuestro conocimiento del mundo:

En resumen, la memoria, bajo estas dos formas, en tanto que recubre con una capa de recuerdos un fondo de percepción inmediata, y en tanto también que reúne una multiplicidad de momentos, constituye el principal aporte de la conciencia individual a la percepción, el lado subjetivo de nuestro conocimiento de las cosas… (Bergson, 1977, pp. 81-82)

La película se alinea con la filosofía bergsoniana al mostrar que la memoria no es mecánica, ni lineal, ni neutral. La experiencia afectiva, una vez vivida, permanece activa, y el tiempo vivido no puede retroceder ni editarse sin dejar marcas. La decisión final de Joel y Clementine de volver a intentarlo no es una repetición ingenua, sino una elección nacida de ese flujo continuo del deseo, donde el pasado no se borra, sino que se transforma. Desde la mirada de Bergson, esa elección no contradice el sufrimiento previo sino que lo incluye, lo arrastra como duración de lo vivido, como parte de una subjetividad que no puede escindirse sin romperse.

3. Lacan: el deseo y la insistencia de lo real

En el Seminario 11: Los cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis (1964), Lacan propone una lectura renovada de la repetición, no como un simple retorno mecánico o la reproducción de lo mismo, sino como algo que se pone en juego en el encuentro con lo real. “Lo real es lo que siempre vuelve al mismo lugar– al lugar donde el sujeto en tanto que cogita, la res cogitans, no se encuentra con él” (p. 57), dice, y se pregunta: “¿En qué consiste, entonces, la función de la repetición traumática cuando nada, en lo más mínimo, parece justificarla desde el punto de vista del principio del placer?” (p. 59).

Lacan, empleando un término que extrae del vocabulario de Aristóteles, denominará tyche al encuentro con lo real: un encuentro contingente que escapa a toda previsión, a toda regulación. Y dirá: “Lo real está más allá del automaton, del retorno, del regreso, de la insistencia de los signos, a que nos somete el principio del placer” (p. 62). En este marco, la repetición no debe confundirse con un intento de rememoración, ni con el retorno de un signo previo. Repetir es encontrarse, una y otra vez, con una falta que no se deja simbolizar, con un trauma que persiste a pesar del trabajo del olvido. Como él sostiene: “El trauma reaparece (…), y muchas veces a cara descubierta” (p. 63). Lo que retorna no es el contenido perdido, sino la insistencia de una marca, algo que no se deja absorber por el principio del placer y que, por lo tanto, se cuela como disruptivo.

Esta noción de lo real como lo no representable permite leer en la película Eterno resplandor… ese punto ciego que estructura el deseo de Joel: no sabe qué busca, ni por qué vuelve, pero algo lo lleva a intentarlo otra vez. No se trata de la repetición de un objeto, sino de una insistencia que se presentifica en la pérdida del objeto. Aun sin recuerdos, sin imágenes que guíen su elección, Joel se ve arrastrado por ese vacío donde el deseo se renueva. En este sentido, Lacan sostiene que “la repetición exige lo nuevo” (p. 69); no es reproducción del pasado, sino confrontación con un real que no se deja decir. Lo que varía, se modula o se transforma, no es más que alienación respecto a esa insistencia central. Lo que se repite, entonces, no es el contenido de la experiencia, sino su estructura de pérdida. Y es esa falta –más allá de la memoria, más allá del sentido– la que articula el deseo y su terquedad.

Reformulación

A lo largo de este recorrido, pudimos ver cómo tanto Freud como Bergson y Lacan coinciden, desde terminologías distintas, en una idea un tanto central: el sujeto no puede deshacerse, limpiarse, sin consecuencias, de lo vivido sin afectar aquello que lo constituye.

Freud nos mostró como la repetición no es un error, sino la forma en que lo reprimido insiste. Bergson, que el tiempo no se mide en unidades externas sino como una duración indivisible que estructura al yo. Lacan, finalmente, nos recuerda que lo real retorna incluso sin representación, y que el deseo se articula en torno a una falta imposible de ser borrada. La repetición, la duración, la insistencia del deseo –cada uno en su particularidad–, nos confrontan con esa zona, con ese resto no disponible para la técnica. El olvido naufraga porque lo que se quiere olvidar no se disuelve, vuelve siempre al mismo puerto: retorna como deseo, eco, empuje hacia lo mismo. Por un lado, la memoria no es una función, sino una marca; y el deseo, por otro, no es una voluntad, sino una persistencia. Entonces no se trata de recordar o no recordar, sino de que hacemos con eso que no se deja olvidar.

Tal vez el título mismo de la película propone ya una paradoja. “Eterno resplandor de una mente sin recuerdos”: ¿Qué es lo que resplandece, brilla, si no hay recuerdos? ¿Qué es lo que permanece, eterno, si todo ha sido borrado? Quizás ese “resplandor” no sea otra cosa que el deseo: lo que insiste aun sin imagen, lo que retorna incluso sin nombre. Un destello que no cesa, una reiteración sin fin.

¿Qué nos constituye más profundamente: lo que recordamos o lo que perdura aunque no podamos decirlo? ¿Hay forma de existir sin arrastrar lo vivido? Seguramente no podamos decidir qué recordar y qué olvidar, pero sí qué hacer con lo que insiste. Porque incluso sin recuerdos, seguimos tocados por lo vivido.


Referencias

Bergson, H. (1999). Ensayo sobre los datos inmediatos de la conciencia (J. M. Palacios, Trad.). Ediciones Sígueme.

Bergson, H. (1977). Memoria y vida: Textos escogidos por Gilles Deleuze (M. Armiño, Trad.). Alianza Editorial.

Freud, S. (1914). Recordar, repetir y reelaborar. En Obras Completas, Vol. XII. Amorrortu Editores.

Freud, S. (1920). Más allá del principio del placer. En Obras Completas, Vol. XVIII. Amorrortu Editores.

Gondry, M. (Director). (2004). Eternal Sunshine of the Spotless Mind [Película]. Focus Features.

Lacan, J. (1964). El seminario, Libro 11: Los cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis. Paidós.

Una respuesta a «Eterno resplandor de una mente sin recuerdos: cada rezo aceptado, cada deseo resignado»

  1. Interesante representación asociativa entre “Eterno resplandor…” y las coincidencias en las teorías de Freud, Bergson y Lacan sobre la posición del sujeto al no poder deshacerse sin afectar aquello que lo constituye . Queda efectivamente enunciado la paradoja, el pasado no se borra sino que se transforma.
    Lo reprimido insiste y como dice la autora la repetición, duración e insistencia del deseo indica que el olvido no se descompone sino que vuelve.
    Como eje central me atengo a la frase “No se trata de recordar o no, sino que hacer con eso que no se deja olvidar.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *