Traducción del ruso de Arseni Maximov.
Freud y Lacan recibieron pacientes pero no escribieron nada durante la guerra. Sin embargo, es su locura, violencia, terror y traumatismo lo que abre la pregunta: “¿Qué significa ser un ser humano?”. Ésta es la pregunta del psicoanálisis.
Freud, partiendo de la clínica de la neurosis de guerra, y cuestionándose cómo surgen en la sociedad humana las tendencias asesinas y el consentimiento a la violencia, escribe «Más allá del principio del placer», el «Moisés», y «El malestar en la cultura». Lacan, unos años después de atender pacientes psiquiátricos durante la guerra, comenzará con «El estadio del espejo»; continuaría después con «La Ética», y su famoso «el inconsciente es la política». Parecería que la guerra, para aquellos cuyos cuerpos están involucrados en ella, es demasiado real para hablar del inconsciente.
Estoy en un país en guerra y me encuentro directamente con sus consecuencias en mi práctica, que está afectada por la invasión de lo real de la guerra, aunque no me encuentre actualmente en su epicentro.

No obstante, mi cuerpo también baja al refugio durante un ataque aéreo. Cuando trabajo con niños en una institución, los acompaño hasta allí. Y este invierno, mientras conducía por una ciudad ennegrecida, nos encontramos con pacientes en una habitación fría a la luz de las velas o una linterna a pilas, mientras oíamos las explosiones.
Así que hoy voy a aprovechar su invitación e intentar abordar las cuestiones que me han ocupado el último año a través de la clínica. Son preguntas sobre la clínica de lo real. Sobre, me atrevería a decir, tal vez no muy correctamente, una especie de desdoblamiento de lo externo: cuando algo de afuera, una catástrofe actual, afecta nuestra ex-sistencia, es decir, aquello externo al ser del sujeto que no podemos aprehender de otra manera que a través de su inconsciente. Como psicoanalistas, para nosotros… ¿qué es importante tener en cuenta aquí, y qué puede hacer el psicoanálisis en circunstancias urgentes?
A través de estas viñetas clínicas, intentaré mostrar también mis propias dificultades. Muchos puntos no son originales ni algo que no hayamos visto antes en la clínica, pero creo que merece la pena señalarlos.
1. El “efecto terapéutico” de la guerra: cuando el inconsciente deja de ser real. Ejemplos en diferentes estructuras.
Hace unos años, una paciente mía se “curó” repentinamente de pensamientos obsesivos después de que detuvieran a su marido y confiscaran la mayor parte de sus bienes. Cuando vino a una sesión, afirmó que el problema había desaparecido. Entonces le dije: “Sí, lo que ha pasado tiene un efecto terapéutico”. Esta palabra “efecto” le permitió volver al análisis muy pronto y notar un desplazamiento en su fantasma. He mencionado este caso porque, en efecto, la intrusión de lo real parecía tapar por un tiempo el inconsciente. Algunos de los pacientes que tuve antes de la guerra dejaron el análisis.
Una paciente, por ejemplo, sufría desde hacía dos años un miedo obsesivo de catástrofes, justamente de la guerra, de la enfermedad, lo que le aterrorizaba y literalmente le quitaba el sueño. Temía la muerte de sus seres queridos. No obstante, había demostrado ser muy capaz cuando, durante la pandemia, su hijo fue hospitalizado en estado grave y su padre murió. Luego, durante la guerra, cambió de trabajo y ahora es voluntaria, abandonando completamente las pastillas recetadas por los psiquiatras. Si antes se encogían de hombros y satisfacían su hipocondría, ahora incluso ellos han tenido que reconocer que está sana.
Este “efecto” no es en absoluto un anudamiento, más bien permite no necesitarlo. Se elimina la necesidad de ocuparse del agujero, es como si ya no existiera.
Otro ejemplo: Sasha. Tiene 11 años, es autista. Fue mientras los militares ucranianos estaban alojados en su casa de campo durante la defensa de Kiev cuando se produjo el efecto de “progreso”. Les ayuda a llevar la ropa a lavar; mejora su sueño; su habla se vuelve más coherente: es como si estuviera curado. Observamos el mismo efecto durante un prolongado ataque aéreo en un refugio, cuando tuvo que ayudarme a cuidar de los niños más pequeños. Su cuerpo se funde con el movimiento de los cuerpos que lo rodean, nadie se dirige a él personalmente y entonces empieza a tomar él mismo la iniciativa, ofreciendo ayuda, lo que asombra a todos los que le conocen. Sin embargo, todo vuelve a su lugar como si nada hubiera pasado, en cuanto la situación se calma y él simplemente tiene que ir a la escuela: vuelve a surgir una demanda, en la que existe el riesgo de encontrarse con un significado.
2. El psicoanálisis más allá del efecto terapéutico: lo que lleva al sujeto al análisis. La urgencia de lo trágico: amor, muerte y non-rapport.
En los estados de duelo agudo tras la pérdida de un ser querido en la guerra, a veces también de su hogar, el sujeto se desentiende de su inconsciente. Se trata de un momento de traumatismo, no de trauma. Éste es, como sabemos, retrospectivo, siempre es una formación que se arma a partir de las interpretaciones tempranas de aquello que no ha sido simbolizado y ha producido una ruptura que agujerea nuestro cuerpo.
Sin embargo, la guerra cura la neurosis, como dice Miller… pero no al neurótico. Lo mismo ocurre con otras estructuras. Trabajando con familias de muertos en la guerra, tanto militares como civiles, en el formato urgente del tratamiento de corta duración, con lo que llamamos “el duelo agudo”, me he encontrado varias veces precisamente con una demanda analítica. Una mujer, que me consulta dos semanas después de la muerte de su marido en el frente, empezó diciendo que… ¡quería entender la relación con su madre! Literalmente en la segunda sesión ella misma dice que la muerte de su marido le mostró que su separación de la madre fue ilusoria – su pareja era un sustituto, una especie de capa protectora entre ellas, sólo que bajo la forma del “Otro bueno” y no del “malo” encarnado en su madre, verdaderamente perversa. Y este es un caso en el que el sufrimiento de la pérdida es especialmente duro para la paciente.
Ella, como muchos otros, sufre por no haber visto el cuerpo de su marido, pero protesta contra todas las formas tradicionales de funerales. Odia a todos a la vez: a los rusos y a los dirigentes militares ucranianos. Le repugnan los patriotas. Desea tirar por la ventana la medalla póstuma de su marido, pero casi todas las noches, en sueños, viaja con él en el coche que lo evacuaba, aún vivo, del campo de batalla, para verle morir. Su muerte le revela la búsqueda de su propia verdad y la cuestión de su deseo. Es un horror y un alivio al mismo tiempo: la relación con el Otro está ausente.
El odio del que habla otras veces en sus sesiones también de pronto resulta imposible. Su fantasía, en la que abofetea al reclutador militar y al comandante de su marido por su inhumanidad, le lleva a constatar el triste hecho de que con esta bofetada les devuelve el estatus de Otro que tanto le gustaría negarles. Después de haber venido a buscar consuelo, esta mujer lleva seis meses en busca de su verdad. Interroga este agujero que, como también para ella se ha hecho evidente, no puede ser taponado con ningún objeto. Ella misma no quiere renunciar a esa “no-tranquilidad”. El curso de las sesiones se ha convertido en algo que definitivamente no quiere perder. Encontrar la calma sin perder la “no-tranquilidad” es justo lo que está más allá de la terapia y sus efectos.
Otra mujer, que había perdido a su padre con 12 años y había visto a su madre en circunstancias muy difíciles, toda su vida temía que lo mismo le pasara a ella. Un mes después de la muerte de su marido y de otros dos miembros de la familia, se queda sola con su hijo de 9 años y responde “no” a mi pregunta si le había ocurrido exactamente lo que temía. ¡No! Su miedo se refería a otra cosa, y… no se fue para nada. Se dirige con una demanda de análisis a mi colega (era una reunión de padres: yo recibo a su hijo).
La tragedia de los sujetos que acuden para recibir el primer apoyo, cuando la urgencia suele cerrar el acceso al inconsciente, nos arroja “a cielo abierto” (uno recuerda nuestro grito universal de hace un año: “¡Cierren el cielo!”). Abre la urgencia de lo real. La muerte del Otro indica una no-relación. Por eso en muchos casos oímos la cólera contra el difunto. Es muy parecido a los casos de suicidio, cuando los seres queridos se enfadan con el suicida, enfrentándose de hecho al horror de la pregunta: ¿Quién era yo para él, me quería? Esto es especialmente difícil en los casos de mujeres muertas en la guerra. Sus maridos ni siquiera quieren ver sus cuerpos.
3. Cuestión de lenguaje.
Podéis ver mis dificultades. Me cuesta mucho hablar, me falta lenguaje. Hablé de ello hace un año, de forma algo diferente, pero no ha cambiado. Sin embargo, intentamos apoyarnos en la palabra. Y cuando digo que aquí no hay un buen decir, sigo buscándolo y utilizándolo, ¡incluso sin creer demasiado en él!
Sorprendentemente, entre los casos con los que estoy trabajando ahora, hay dos personas cuyas profesiones implican la escritura: un guionista y una poetisa. Ambos son incapaces escribir ahora, son casos muy diferentes, pero resuenan con lo que he empezado hoy: Freud y Lacan no escribieron durante la guerra. Y lo que tienen en común estos casos no es la falta de inspiración, sino precisamente la imposibilidad de hablar, la duda de la propia palabra, su irrelevancia. La mujer que quiere deshacerse de su medalla es también cantante y escribe canciones, también ella encuentra ahora tontas sus letras. Y todos ellos sufren por no poder encontrar las palabras.
Esto nos remite también a la frase “no ha muerto en vano”, que se oye de los dos lados de las barricadas. Es una frase que confunde tanto a los familiares de los muertos como a los propios combatientes. Ese intento de negar el sinsentido, es decir, nuestra muerte (que, por cierto, nunca tiene sentido), tiene un efecto tragicómico: la pregunta por el sentido de la vida.
La clínica infantil y especialmente la clínica del autismo me parecen aquí muy sugerentes. En el caso de niños y niñas neuróticos que han vivido el horror de los bombardeos y la ocupación, vemos síntomas de carácter fóbico, que pasan bastante rápido, una vez hayan construido un juego o un cuento, que sin embargo también muestra la necesidad de encontrar apoyo precisamente en lo simbólico.
Varios de los adolescentes autistas con los que trabajo dicen ahora, independientemente unos de otros, casi la misma frase: «Necesito saber la fecha del fin de la guerra». No solo se trata de la necesidad de ordenar, que está ligada a la angustia autista. Es un impase en la nominación del propio ser, por así decirlo. Un chico lo expresa así: «Sé que es imposible saber la fecha, ¡pero no puedo vivir sin ella!» Y comienza una cadena de construcciones en las que necesita nombrar nada menos que ¡su vida! «Tengo que recuperar mi vida de fan de los dinosaurios [de más pequeño, de antes de la guerra], y fusionarla con la vida de fan de los animales del futuro, lo que luego se transformará en la fusión con la vida del fan de lo contemporáneo». Lo único que quiere es que las cosas sean como antes, consigue articularlo finalmente de esta manera indirecta. La imposibilidad de ordenar el salvaje significante “guerra”, de reducirlo a un signo, provoca angustia. Otro chico pide que le lean en voz alta libros en los que se menciona a menudo esta palabra, aunque nunca antes se había interesado por la lectura. Se siente aliviado cuando la palabra aparece inscrita en un texto que ni siquiera intenta comprender demasiado. “¡Di cuando acaba la guerra!” encuentra la forma de la voz del otro, donde esta palabra se vuelve una pieza insertada en el orden del texto.
Me temo que mi texto también en cierto sentido se revela como algo que contiene la misma demanda, pero espero que nuestra discusión me ayude en mis intentos de marcar algunos puntos epistémicos de orientación en las circunstancias de la práctica en las que me encuentro, que estarán relacionados con la ética del psicoanálisis.

