Un lapsus, comienzo a escribir tropezando… ya de entrada el caos, el furcio. Al iniciar la escrito, elijo como título provisorio “construcción de caos clínicos” en lugar de “construcción de casos clínicos”. Para poder avanzar, me resulta importante detenerme en el desorden que me proponen estas palabras: el caos. Lo primero que se me ocurre, aplicando un poco la asociación-no tan-libre, es el caos que representa un análisis, un caos del que nos hacemos cargo cuando decidimos dar el salto y golpear a la puerta de un analista. Un caos que es de uno y al que se invita a quien se le supone saber para que ayude a esclarecerlo, a ordenarlo, a entenderlo. Y si lo leo desde la otra orilla, está el analista, ese que se supone que sabe, quien recibe el caos, y, desde la escucha y la palabra, intentará un orden. Es decir que, el caos se mire desde donde se mire, está presente desde el inicio. También a la hora de construir un caso, de escribirlo, es importante conseguir un orden, una estructura, encontrar una lógica.
En 1937, Freud escribe el texto “Construcciones en análisis”, y allí despliega una curiosa comparación entre el trabajo del analista y el trabajo del arqueólogo. Dice que este último exhuma hogares o monumentos destruidos y sepultados, mientras que el analista trabaja con algo aún vivo, aunque del mismo modo que el arqueólogo, parte de lo que ha quedado en pie para deducir y llegar a determinar ciertas características de lo que antes había allí. El analista procede a extraer conclusiones de pedazos de recuerdos, aún activos, del analizado, en tanto quiere establecer la prehistoria. El analista al igual que el arqueólogo, busca entre los restos, en un intento de recuperación.



