La repetición y sus paradojas desde dos miradas: budismo y psicoanálisis

La sabiduría oriental ha captado el interés de varios analistas posfreudianos. Así fue para Jacques Lacan con el pensamiento y la escritura china, o el budismo, especialmente en su corriente zen. El estilo de su enseñanza es parecido a la del maestro zen, que no propone un sistema de pensamiento cerrado, sino vivo. Como referencia está, por supuesto, nada menos que el pasaje de apertura tanto del Libro 1 de El seminario como de todos los demás que Lacan enseñará:

El maestro interrumpe el silencio con cualquier cosa, un sarcasmo, una patada. Así procede, en la técnica zen, el maestro budista en la búsqueda del sentido. A los alumnos les toca buscar la respuesta a sus propias preguntas. El maestro no enseña ex cathedra una ciencia ya constituida, da la respuesta cuando los alumnos están a punto de encontrarla. Esta enseñanza es un rechazo de todo sistema. Descubre un pensamiento en movimiento: que, sin embargo, se presta al sistema, ya que necesariamente presenta una faz dogmática. El pensamiento de Freud está abierto a revisión. Reducirlo a palabras gastadas es un error. Cada noción posee en él vida propia. Esto precisamente es lo que se llama dialéctica. (Lacan, 1953, p. 11)

Obra original de Mitsuru Nagata
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La Paradoja del Falo

Desde sus inicios, el psicoanálisis ha otorgado al falo un lugar privilegiado en la construcción del deseo y en la constitución de la subjetividad. Lejos de reducirse a un dato anatómico, su función se despliega en el registro simbólico: organiza la economía libidinal, delimita las posiciones sexuadas y estructura la relación con el Otro. Ya en los textos fundacionales de Freud se advierte que, aunque el falo parece ligado al cuerpo, pronto se revela como algo que lo trasciende. No se trata de un órgano, sino de un valor atribuido, un signo que no remite a lo que se tiene, sino a lo que se supone que falta. En esa ambigüedad, entre lo visible y lo inalcanzable, se instala su paradoja: el falo funda el deseo, precisamente porque no puede ser poseído.

Una imagen del imaginario antiguo permite captar con claridad esta lógica: Príapo, figura menor del panteón grecorromano, aparece caracterizado por su falo desmesurado, siempre expuesto, siempre presente. Sin embargo, lo que en apariencia podría encarnar una potencia absoluta, acaba revelando lo contrario: allí donde el falo se muestra sin medida, pierde su fuerza simbólica. Su exageración provoca risa, incomodidad, incluso desprecio. Príapo no representa el poder, sino la imposibilidad de sostenerlo. Desde una lectura psicoanalítica, esta figura encarna una respuesta defensiva frente a la castración: la ilusión de que el exceso puede ocultar la falta. Pero cuanto más se insiste en mostrarlo, más evidente se hace lo que no se tiene.

Jacopo Zucchi, Amor and psyque (1589)
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